“¿O sea que ya vamos a regresar a trabajar?”, preguntó un ex trabajador de cables subterráneos de Luz y Fuerza del Centro (LFC), al momento de escuchar, junto con cientos de electricistas reunidos en el Zócalo, el mensaje de su líder.
Una hora antes, Martín Esparza había llegado ahí, con apuro, procedente de Bucareli. De inmediato pidió reunirse en privado con los electricistas en huelga de hambre. Entró a una de las carpas donde, de manera escalonada, vivieron los trabajadores en ayuno, desde el arranque de esta protesta, el pasado 25 de abril.
Las porras quedaron para después. Los cientos de trabajadores y familiares que se reunieron tras las vallas del campamento no entendían el motivo de tanta celeridad.
A Esparza le urgía dar cumplimiento al punto número dos del acuerdo firmado minutos antes con José Francisco Blake Mora y Javier Lozano, secretarios de Gobernación y del Trabajo:
“La representación del Sindicato Mexicano de Electricistas se compromete a instar a que concluya, a partir de este momento, la huelga de hambre que se realiza en el Zócalo de la ciudad de México”. Y ese momento era la madrugada del viernes.
La reunión para convencer a los huelguistas de levantar el ayuno fue a piedra y lodo. Los que no estuvieron en el ayuno debieron esperar.
Por fin apareció Esparza. Se plantó frente a sus compañeros y, micrófono en mano, les reveló el motivo de las prisas, de la euforia y de los silencios. Presentó los acuerdos con el gobierno como certezas y hechos irreversibles, como si se desprendieran de pactos escritos (y no de compromisos verbales); les aseguró que el comité central del SME sería reconocido en breve por la autoridad laboral; que les devolverían las cuotas sindicales y que el gobierno estudiaría las opciones presentadas por el SME hacia un nuevo esquema de “reinserción laboral”, para lo cual sería necesario depurar el padrón de los que no se han liquidado.
Aseguró ante sus compañeros que el acuerdo firmado por Blake obedecía a una “instrucción precisa” de varios actores: partidos políticos, la Comisión Permanente, la Cámara de Diputados; la “intervención del jefe de Gobierno del Distrito Federal y de las organizaciones sindicales que se han venido manifestando a favor de un acuerdo político que en este momento nos permite consolidar lo que hemos venido construyendo todos estos meses”. Los trabajadores gritaron, saltaron eufóricos y enseguida se confirmó el levantamiento del ayuno colectivo.
Los huelguistas escuchaban con atención; todavía algunos estaban recostados en sus catres. En el grupo estaba Cayetano Cabrera, en su día 89 de ayuno, y Miguel Ángel Ibarra, en el 85.
En las horas siguientes se supo que el “consenso” aludido por Esparza no fue fácil ni terso. El líder debió argumentar y convencerlos de que la sola redacción del resolutivo en Gobernación era un avance, en especial porque se reconocía la existencia de un conflicto producido por la extinción de LFC y se apuntaba el compromiso de “revisar y concretar alternativas de solución”.
Cayetano Cabrera, el de mayor antigüedad en el ayuno, le repitió que no levantaría la huelga hasta que se garantizara la recontratación de los 44 mil trabajadores. Pero tras media hora de diálogo, llegó el argumento –según trascendió– que alentó la aceptación del ingeniero, no exenta de molestia: la huelga se inició como una decisión colectiva y concluiría también de esa manera.
Horas después del traslado de los huelguistas, el edificio del SME ya estaba colmado de trabajadores entusiasmados. Largas filas de recepción de las copias de identificaciones para tramitar, decían, “el padrón para la nueva chamba”.
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